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Thomas G. Ayers Chair in Energy Resource Management; Professor of Management and Organizations
Klaus Weber estaba examinando las noticias del día cuando un artículo sobre Suazilandia llamó su atención. El país había establecido recientemente una bolsa de valores, en 1990; pero en la bolsa sólo cotizaban dos empresas y su volumen de operaciones era inferior a 1.000 USD. Un suazi que había trabajado antes para el Banco Mundial había vuelto a casa, rezaba el artículo, decidió que su país necesitaba una bolsa de valores y utilizó su considerable pericia para montarla. «Todo el marco contractual y legal era realmente bueno, pero lo cierto es que la bolsa no lo era», recuerda Weber, profesor contratado doctor de gestión y organizaciones en la Kellogg School of Management.
Weber, interesado de antemano en cómo los flujos financieros se expandían por el mundo, comenzó a analizar el estado de las bolsas de valores en otras naciones, junto con Gerald Davis, profesor en la Universidad de Michigan, y Michael Lounsbury, profesor en la Universidad de Alberta. Una serie de países relativamente reducidos y aún en vías de desarrollo había creado bolsas de valores, empezando a mediados de los ochenta. Entre 1980 y 2005, cincuenta y ocho países crearon bolsas. Los investigadores empezaron a preguntarse qué factores —sistemas internos, presiones internacionales— diferenciaban a los países que crearon una bolsa de valores durante esos años de los que no.
Recordando el ejemplo algo mediocre de Suazilandia, no obstante, Weber se percató de que el que un país abriese o no una bolsa de valores no era lo único. «Pensamos: “Bueno, está bien que estos países tengan todos una bolsa, pero ¿acaso tienen un éxito tremendo?”» Las bolsas se consideran un elemento fundamental en el crecimiento económico y la globalización financiera de un país, pero pocas investigaciones habían examinado cómo les fue a las bolsas de valores en los países en vías de desarrollo una vez establecidas.
Factores fundacionales
Weber y sus colegas se propusieron investigar dos cuestiones: Qué factores predicen si un país abrió una bolsa de valores entre 1980 y 2005. Y si esos mismos factores están relacionados con el grado de éxito de esa bolsa —el número de empresas cotizadas en ella, el volumen de operaciones— con posterioridad. Los investigadores descubrieron que diversos factores predijeron que un país abriría una bolsa de valores, incluida su proximidad a países que estaban creando una bolsa y la presión de las instituciones financieras mundiales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Las bolsas tendían a tener éxito cuando los países se inspiraban en sus vecinos para crear una bolsa de valores o trabajaban para no quedarse atrás con respecto a la competencia, averiguaron Weber y sus colegas. Pero cuando las naciones abrían bolsas debido a la presión internacional, los nuevos sistemas tendían a ser adoptados sólo superficialmente y no les fue tan bien.
Para distinguir los diversos factores sociales que pueden influir en un país, Weber y sus colegas acudieron a la investigación organizacional. Las empresas influyen constantemente unas en otras: directamente, como cuando realizan estudios comparativos para evaluarse respecto a la competencia, e indirectamente, como cuando empleados individuales se cambian de empresa y transfieren ideas de una a otra. Eso mismo ocurre en los países, dice Weber. Los cargos públicos que desean emular las políticas económicas exitosas de un país vecino, o los profesionales financieros que disponen de contactos globales, pueden influir en si su país crea o no una bolsa.
Weber y sus colegas clasificaron las influencias sociales en cuatro tipos utilizados con frecuencia por los investigadores que estudian las organizaciones: coacción, competencia, aprendizaje y emulación. Por analogía, la coacción se da cuando un país modifica sus políticas en respuesta a la presión internacional. En el caso de las políticas financieras, esto a menudo sucede cuando el Banco Mundial, el FMI u otro organismo mundial proporciona a un país ayuda en condiciones favorables (préstamos a tipos preferenciales vinculados a la implantación de políticas e instituciones económicas concretas, como una bolsa). La mayor parte del tiempo, sin embargo, los países no se ven forzados a cambiar sus políticas económicas; realizan los cambios por sí mismos según lo que han visto hacer a otros países. Los países no pierden de vista a otras naciones que compiten por el mismo mercado exterior, aprenden de los aciertos —y los errores— de las bolsas de valores de otras naciones y trabajan para emular las políticas de naciones con economías fuertes.
Los trabajos anteriores «asumían que el verse coaccionado a hacerlo o el copiar o aprender voluntariamente del vecino no tendría nada que ver con el grado de éxito de la bolsa con posterioridad», afirma Weber. «Pero nosotros pensábamos que eso no podía ser posible.»
Los investigadores empezaron con cada país que carecía de una bolsa de valores en 1980 y analizaron si el país creó una durante los siguientes 25 años y qué tamaño alcanzó la bolsa del país en años posteriores. Reunieron datos sobre los factores de influencia social que intervenían en cada país —si un país dependía de la ayuda internacional, con qué países competía, con cuánta frecuencia adoptaba políticas de naciones cercanas, cuál era su posición global en el sistema financiero mundial—, así como otros factores relevantes, como el crecimiento del producto interior bruto (PIB) y el producto nacional bruto (PNB) per cápita de un país. A continuación, compararon los 75 países para los que era factible recabar todos esos datos, analizando qué factores predecían si una bolsa de valores se fundaba y cuál sería su grado de éxito.
Weber y sus colegas descubrieron, como esperaban, que la intervención del Banco Mundial o el FMI en un país aumentaba en gran medida las probabilidades de que el país abriese una bolsa de valores. Cuando la ayuda estaba vinculada a las reformas económicas, como sucede en multitud de programas del Banco Mundial o del FMI, la motivación para crear una bolsa era fuerte. Pero mientras que la ayuda en condiciones favorables hacía que un país tuviese más probabilidades de crear una bolsa de valores, también significaba que la bolsa era propensa a tener menos éxito en el futuro, con menos empresas cotizadas y una menor capitalización bursátil. «Creo que es un hallazgo importante que, sí, esos procesos sí que ocurren, pero a menudo conducen a comportamientos más simbólicos en los países en vías de desarrollo, a bolsas de valores que no son tan funcionales exactamente como las bolsas creadas por otros motivos», expone Weber. «La presión externa no da realmente los mejores resultados.»
Con la vista puesta en los vecinos
Lo que sorprendió a Weber fue el efecto tan positivo que las interacciones con sus «pares» —en este caso, otros países— tuvieron en el desarrollo económico de un país. Los beneficios de aprender de los países vecinos, emular las economías con éxito mediante vínculos con la comunidad financiera internacional e, incluso, no perder de vista a la competencia fueron dobles: Estas influencias no sólo aumentaron considerablemente las probabilidades de que un país crease una bolsa de valores, también hicieron que fuera más probable que la bolsa del país prosperase. «Esto sugiere que lo que es importante para la vitalidad de la bolsa es que la influencia social no termine en el momento en que se crea formalmente la bolsa», dice Weber. En cambio, los países siguen integrados en las mismas redes de comercio, trabajando con los mismos expertos financieros.
Muchos de los programas de desarrollo económico gestionados por organismos como el Banco Mundial, sostiene Weber, tienden a basarse en proyectos bien definidos. «Puede haber un programa que cree estos mercados financieros y monte una bolsa, pero luego, tras eso, se acaba el programa. Hay una evaluación, marcan las casillas —sí, sí, sí— y la gente se marcha. No existe ninguna clase de intercambio continuado de recursos tras eso.» Cuando los países aprenden de sus pares, sin embargo, «ello posibilita un proceso de aprendizaje continuado», dice. «Permite a los países corregir algunos de los errores que han cometido y crea una comunidad más amplia que está comprometida» con que la bolsa sea un éxito.
La diferencia entre coacción e influencia de pares podría tener implicaciones importantes para las agencias de ayuda al desarrollo, afirma Weber. En lugar de centrarse en cumplir objetivos concretos, organismos como el FMI podrían ayudar mejor a un país a desarrollar su economía haciendo lo que se denomina desarrollo de capacidades, sentando las bases que precisan las reformas económicas para afianzarse de verdad. «La implicación de nuestro estudio es que la forma de facilitar esos esfuerzos consiste en crear infraestructuras regionales», comenta, que estimulen la comunicación y el intercambio de ideas «entre países o regiones que tengan algo en común, donde ya existan lazos estrechos, y posibilitar esas redes internacionales, en vez de hacer que sea una relación individual entre cualquiera que sea el país en vías de desarrollo y los países occidentales desarrollados que han creado el organismo.»
Aunque Weber reconoce que ésta puede ser una propuesta difícil de seguir por parte de las agencias de ayuda al desarrollo —«crear una comunidad de aprendizaje no es un resultado muy tangible y no se obtiene mucho dinero por ello»—, señala que algunas agencias están ya empezando a inclinarse en esa dirección y espera que su investigación pueda reforzar esa tendencia. «Existe una concienciación creciente de que esto es lo que marca la diferencia», afirma.
Weber, Klaus, Gerald F. Davis and Michael Lounsbury. 2009. “Policy as Myth and Ceremony? The Global Spread of Stock Markets, 1980-2005.” Academy of Management Journal. 52(6): 1319-1347.