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Jeanne Brett Chair; Professor of Management & Organizations; Professor of Psychology, Weinberg College of Arts & Sciences (Courtesy)
Llegar por primera vez a la universidad es una experiencia fenomenal. Se arrojan las maletas fuera de la camioneta familiar, o del tren de Amtrak o del taxi del aeropuerto. Se llena a reventar el cuartucho de la residencia estudiantil con tazones de café, rótulos y ruinosos libros de texto.
Si en medio de esa vorágine le preguntaran en una encuesta a qué atribuye su deseo de asistir a la universidad, probablemente caería en uno de dos grupos. Uno, si proviene de una familia de universitarios (o sea, si pertenece a la así denominada "generación de la continuidad" de la tradición familiar) probablemente contestará que está allí para alcanzar su máxima capacidad: que la universidad es su oportunidad de hacerse independiente, conocerse a sí mismo y encontrar su rumbo. O dos, si usted es el primero de su familia que acude a la universidad (universitario de "primera generación") es probable que conteste que viene motivado por un afán de reciprocidad: le gustaría regresar a su ciudad natal como médico, tal vez, o conseguir un buen empleo para mantener a su familia o su comunidad.
Sin embrago, resulta que los administradores de las universidades suelen tener en mente a uno de esos dos grupos nada más. Y si uno pertenece al otro, se le hace más difícil la universidad, según una nueva investigación de Nicole Stephens, profesora adjunta de administración y organizaciones en la Kellogg School of Management.
La universidad en los Estados Unidos
El concepto de la universidad en los Estados Unidos está inextricablemente vinculado al así llamado “sueño americano” de movilidad social. En las últimas décadas, sin embargo, algunos sociólogos han señalado que las universidades estadounidenses, por mucho que pregonen la diversidad socioeconómica de sus cuerpos estudiantiles, son culturalmente homogéneas y se rigen por los supuestos y los valores de la clase media. Estos valores promueven la automotivación, la autodeterminación y la formación de ideas y opiniones propias, valores que se corresponden con los recursos financieros y la libertad de las personas de clase media.
"La mayor parte de las instituciones tradicionales de los Estados Unidos encarnan la doctrina de la independencia porque este país se fundó sobre la base del individualismo", afirma Stephens. "Es normal que las instituciones de nuestra sociedad reflejen esas expectativas. La política, la asistencia sanitaria, las leyes: todo refleja la importancia que se otorga a la independencia." El sistema de valores preponderante entre la clase trabajadora es, sin embargo, ligeramente distinto y se centra más bien en la "interdependencia": la sensibilidad a las necesidades de los demás, la colaboración en el seno de un grupo y el conocimiento del lugar que uno ocupa en una jerarquía, modos de ser útiles cuando la inestabilidad financiera amenaza con trastocar totalmente la existencia familiar.
Los universitarios de primera generación suelen obtener notas más bajas que los que continúan la tradición familiar, incluso cuando ingresan con iguales calificaciones en el SAT. Stephens y sus colegas se preguntaron si, para los de primera generación, la tensión de vivir en un ambiente cultural dominado por valores de clase extraños, en el que profesores y compañeros dan por supuesto que preferirán la independencia a la interdependencia, no aumenta la brecha de rendimiento académico entre los dos grupos. Los estudiantes de clase media conocen las reglas del juego; los de clase trabajadora pueden pasan apuros.
La carta de bienvenida
El equipo concibió una serie de estudios para verificar la existencia de ese supuesto desajuste cultural, su repercusión en las notas de los estudiantes y si el efecto podría dispararse a causa de algo tan sencillo como una carta de bienvenida por parte de la universidad. Primero investigaron si los administradores consideraban que sus universidades eran lugares donde los estudiantes aprenderían a ser independientes. Efectivamente, a la pregunta sobre las principales destrezas que sus estudiantes deberían desarrollar en la universidad, alrededor de las tres cuartas partes de los administradores encuestados en universidades de primera categoría se inclinaron por respuestas tales como "aprender a expresarse", "aprender a ser líder" y "aprender a hacer investigación independiente", más bien que por las de carácter interdependentista, tales como "aprender a colaborar" y "aprender a escuchar a los demás". En las instituciones de segunda categoría, la proporción de administradores que se decantaron a favor de la independencia también fue considerable, aunque más reducida.
A continuación, los investigadores preguntaron a 245 universitarios de primera generación y 1.179 seguidores de la tradición familiar, que cursaban su primer año en una universidad de primera categoría, acerca de sus metas con respecto a la universidad, y siguieron de cerca sus calificaciones durante sus dos primeros años. Resultó que los estudiantes de primera generación indicaron tener metas de interdependencia dos veces más frecuentemente que los que continuaban la tradición familiar, y los que se fijaron metas de interdependencia sacaron notas más bajas que los que se fijaron metas de independencia, incluso cuando se tuvieron en cuenta factores tales como la raza y la puntuación conseguida en el SAT. Además, estas diferencias de motivación explican en gran parte la brecha de rendimiento entre los estudiantes de primera generación y los continuadores de la tradición universitaria familiar.
A fin de establecer causa y efecto, Stephens y sus colaboradores hicieron experimentos para determinar si los estudiantes que padecían de desajuste cultural realizaban tareas con peor resultado que los demás. Para ello, los investigadores hicieron leer a unos y otros una carta de bienvenida a la universidad salpicada de frases de carácter independentista o interdependentista. Por ejemplo, la versión independentista de la carta decía: "[Su universidad] sigue una tradición de independencia: de estudiantes audaces que afirman sus propias ideas, pensamientos y opiniones", mientras que la interdependentista decía: "[Su universidad] sigue una tradición de aprendizaje a través de la comunidad, de puente entre los estudios académicos y el servicio público". Cuando los estudiantes de primera generación leyeron la carta independentista, obtuvieron peores resultados en una tarea verbal (solución de la mayor cantidad posible de anagramas) y en otra visual (solución de la mayor cantidad posible de rompecabezas de tangram) en comparación con los que continuaban la tradición de sus padres de ir a la universidad, que leyeron la misma carta. Cuando los estudiantes de primera generación leyeron la carta de corte interdependentista, sin embargo, la brecha de rendimiento entre los dos grupos desapareció. En otras palabras, la introducción de normas interdependentistas no mermó el desempeño de los continuadores de la tradición universitaria, pero sí mejoró las calificaciones de los universitarios de primera generación.
Ligero cambio, gran diferencia
Stephens señala que la cultura universitaria es ya tan similar a lo que los continuadores conocieron en el seno familiar, que introducir unos cuantos toques de interdependencia no les afectará a ellos negativamente, pero bien podría contribuir a que los estudiantes de primera generación se sintieran más cómodos y a cerrar la brecha de rendimiento académico. "Podemos cambiar la manera en que nos comunicamos con los estudiantes y la forma en que se les pide que actúen entre sí en el aula para poder incorporar la interdependencia", afirma Stephens. Incluso algo tan sencillo como modificar la manera en que se describe la investigación universitaria —en lugar de proyecto independiente, plantearla como colaboración con un docente— podría evitar que los estudiantes de primera generación sufran de inadaptación cultural, con el consabido estancamiento académico.
Con un ajuste en la manera en que las universidades se presentan a sí mismas, los administradores y profesores podrían no solamente ayudar a los estudiantes de primera generación a desarrollar al máximo su potencial, sino a formar universitarios mucho más polifacéticos en general. Es posible que animar a los estudiantes a formar parte de una comunidad, independientemente de si sus padres fueron o no a la universidad, pueda rendir otros beneficios. Si la universidades modifican su mensaje, tal vez contribuirán a que el sueño americano sea menos una cuestión de puro individualismo y abrace la colaboración un poco más.
Stephens, Nicole M., Stephanie A. Fryberg, Hazel Rose Markus, Camille S. Johnson, and Rebecca Covarrubias. 2012. “Unseen Disadvantage: How American Universities’ Focus on Independence Undermines the Academic Performance of First-generation College Students.” Journal of Personality and Social Psychology. doi: 10.1037/a0027143.